Silicon Valley, uno de los mayores focos de innovación del planeta, tiene un ambiente más propio de los años 70 que del siglo XXI. No se trata de una única ciudad futurista, con visos de Tokio o de Shanghái, sino de un conjunto de pueblos con arquitectura simple y espíritu anticuado.
Palo Alto, Menlo Park, Santa Clara, San José, Cupertino, Mountain View, Los Gatos y Sunnyvale, entre otras tantas municipalidades californianas, son hogar de empresas que han protagonizado buena parte de la historia tecnológica, como Apple, Hewlett-Packard, Facebook, Xerox, Yahoo, IBM y Atari.
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En el centro de Silicon Valley se erige la Universidad de Stanford, la misma donde Larry Page y Sergey Brin idearon el algoritmo PageRank, en 1996, como parte de un proyecto de investigación que, años después, derivó en un nombre tan popular que se transformó en verbo: Google.
El paisaje de la zona está dominado por casas de una planta, a lo sumo dos, con techos de cobertizo y aparatosas puertas de garaje, a semejanza del que fue el hogar de Steve Jobs durante sus años de ‘hippie’ emprendedor, a mediados de los 70, cuando trabó amistad con la desaliñada genialidad de Steve Wozniak para construir el Apple I.
Las calles viven desoladas: la zona no fue pensada para los transeúntes. Los andenes pueden desvanecerse de improviso, como diciendo: “¡Ve y compra un auto!”. En Palo Alto y sus alrededores se respiran aires de museo. La arquitectura rinde tributo a los años 50, cuando pioneros como el doctor William Shockley, inventor de los transistores basados en semiconductores, y Robert Noyce y Gordon Moore, creadores de Intel, se asentaron en el valle en búsqueda de un futuro próspero, impulsados por el capital inversionista y la creciente popularidad de esta región como centro de negocios.
“Las comunidades de la zona impiden la construcción de edificios modernos en Silicon Valley. Quieren que la oferta de vivienda siga siendo reducida, para mantener los precios del alquiler en valores estratosféricos. En consecuencia, los pueblos parecen congelados en el tiempo. ¡Arrendar un cuarto puede costar desde 5.000 dólares al mes! Muchos sueñan con vivir en este lugar, pero no hay suficientes camas disponibles”, cuenta Freddy Vega, cofundador de Platzi, un emprendimiento colombiano con oficinas en San Francisco. El nombre nació en 1971.
El paraíso de los semiconductores
El nombre de Silicon Valley no existe en los mapas. Fue un concepto acuñado por el periodista Don C. Hoefler en una serie de artículos publicados en 1971. El término Silicon refiere al uso del silicio como elemento principal de los semiconductores usados por las firmas informáticas que poblaron el sector. Y cuando se habla de ‘Valley’ (valle) se alude al Valle de Santa Clara, al sur de San Francisco.
En este ramillete de pueblos –que ocupan una superficie que duplica a la de Bogotá– no abundan los sitios de juerga, aunque se puede encontrar uno que otro en el centro de Palo Alto. En una conversación informal, sostenida durante una visita a las oficinas de SAP (empresa dedicada al diseño de productos informáticos de gestión empresarial), en Palo Alto, el periodista checo Adam Nóvak afirmó con sorna que “aquí no pasa nada”. Ante tal afirmación, el doctor Timothy Chou, profesor de ingeniería en Stanford, no dudó en contrapuntear con jocosidad que ello responde a que “es un pequeño pueblo lleno de ingenieros, y nosotros somos aburridos, nos gustan las celebraciones privadas, en la comodidad de una casa”.
En resumen, Silicon Valley ofrece poco para el turista típico. Entrar a las oficinas de las compañías más emblemáticas no es posible sin invitación. Si alguien desea conocer el campus de Google, debe pedir ayuda a un empleado. En estos lugares, la magia ocurre a puerta cerrada.
No obstante, en las calles se ven señales de los eventos extraordinarios que se gestan dentro de los gigantes informáticos que habitan esta región: un carro semiautónomo que recorre algún vecindario; concesionarios de Tesla, la empresa creada por el visionario Elon Musk para fabricar autos eléctricos provistos de sistemas de inteligencia artificial y, por qué no, un inversionista o fundador de emporio en cualquier esquina. Hasta Tim Cook, el presidente de Apple, deambula tranquilamente por la zona.
“Silicon Valley tiene una peculiaridad: concentra un capital humano único y tremendamente motivado. A estas tierras llegan personas de todo el planeta y de universidades de la altura de Berkeley, MIT o Stanford”, subraya Timothy Chou. El salario promedio en la zona es de 120.000 dólares al año, muy por encima del promedio estadounidense aunque no demasiado frente al costo de vida local.
Todo esto ha supuesto que retener el talento sea una tarea titánica. Al lado de Google se levantan las oficinas de Microsoft. Y a pocas cuadras, las de Motorola, Dell y Symantec. A toda hora, cualquiera puede recibir una oferta tentadora. Por eso, los beneficios que ofrece la mayoría de compañías son de ensueño.
Las oficinas de Facebook, por ejemplo, son como un pequeño pueblo. Los empleados disponen de comida gratis, cortes de pelo y máquinas dispensadoras de artículos electrónicos básicos, como teclados, audífonos estéreo, ratones y conectores para dispositivos móviles, bien sean de Apple o de su contraparte, Android.
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Google no se queda atrás. Sus oficinas disponen de amplios espacios deportivos –gimnasios incluidos–, comida gratis y hasta bicicletas. En las oficinas de Twitter organizan conciertos en el techo y es común recibir la visita de personalidades como la candidata presidencial Hillary Clinton, que se acercan en busca de asesoría para manejar mejor sus cuentas. Y por si eso fuera poco, los empleados de Netflix pueden tomar vacaciones cuando lo deseen.
Y Apple… ¡Apple ofrece manzanas gratis! Y en su sede principal, en Cupertino, administra su única tienda oficial de ‘merchandising’, donde se pueden adquirir camisetas estampadas y otro tipo de recuerdos, como vasos y bolígrafos, con el logo de la manzana.
Silicon Valley espera con las puertas abiertas a los emprendedores. Pero van advertidos: no es una ciudad al estilo Futurama. Su encanto radica en su gente, su cultura, una cultura donde fallar no es visto como una catástrofe, sino como una oportunidad.‘Las grandes compañías deberían innovar más’
A los directivos les da miedo ser el siguiente Blockbuster o el próximo Nokia
Uno de los encantos de Silicon Valley es que la cantidad de emprendimientos es tan grande que la presión por romper los moldes, por descubrir el próximo producto o servicio revolucionario, se siente en cada resquicio.
“Las grandes compañías deberían ser las que más innovan porque son las que más recursos atesoran, tanto financieros como humanos, pero muchas tienen miedo. Crean sistemas para explotar al máximo las oportunidades de mercado que construyeron en el pasado. Diseñan procesos y sistemas para replicar el éxito y mitigar las fallas. A sus directivos les da miedo ser el siguiente Blockbuster o el próximo Nokia. Pero innovar supone experimentar, y eso implica riesgos”, afirma Baba Shiv, profesor de mercado y experto en neuroeconomía de la Universidad de Stanford.
Para seguir cultivando la innovación, a pesar del miedo al fracaso, las compañías han implementado varios modelos. Uno de ellos es el diseño de pensamiento o ‘design thinking’. Según Sam Yu, jefe de diseño en SAP Silicon Valley, con esta corriente se busca que las empresas no solo se enfoquen en brindar solución a los problemas de sus clientes, sino en encontrar, con precisión, cuál es ese problema que se debe resolver. Esto no solo demanda un diálogo permanente con los usuarios del producto o servicio, sino también un cambio en los espacios físicos de las oficinas.
Tanto en SAP como en otras empresas de Silicon Valley (como Google o Facebook) hay paredes convertidas en lienzos donde cualquier empleado puede expresar lo que desee. El objetivo es incentivar la lluvia de ideas y la creatividad, es permitir que cualquiera, sin importar su rango, tenga la oportunidad de manifestar sus pensamientos. Además, predominan las habitaciones abiertas, existen varios espacios de socialización e incluso otros para contemplar la naturaleza.
En el diseño de pensamiento se involucra tanto a personas con aversión al riesgo (usualmente los más antiguos de la compañía) como a innovadores para crear una nueva solución.
Lo ideal, según el profesor Shiv, es diseñar prototipos inacabados y presentarlos a otros integrantes de la empresa. “Cuando se presenta un prototipo inacabado, las personas tienden a verle potencial. Si se expone un prototipo demasiado pulido, los individuos tienden a señalar las fallas”, explica.
Un segundo modelo que es tendencia en Silicon Valley se denomina out posting. Consiste en ubicar aceleradoras o incubadoras de emprendimientos en lugares con una gran fuerza emprendedora. Ejemplo de ello es la cervecera AB InBev, dueña de las marcas Budweiser y Corona –entre otras–, que creó un espacio de apoyo a emprendedores llamado El Garaje”. Allí escuchan ideas de innovadores y, si alguna es del interés de la compañía, la apoyan económicamente para lanzar una versión piloto, no necesariamente en EE. UU. La condición es no compartir la idea con ninguna otra empresa durante dos años. Google aplica el mismo modelo en varios países.¿En qué sector emprender?
Para el profesor Timothy Chou, los innovadores deben enfocarse en mejorar la infraestructura crítica: “Si piensa en emprender, le recomiendo trabajar en nuevas formas de generar energía, de purificar el agua, de cultivar alimentos, de ampliar el alcance de los sistemas de salud o de telecomunicaciones. Los mercados de mayor crecimiento van a ser los del sureste de Asia, África y Latinoamérica. Tome en cuenta este dato: se estima que, para el 2024, la cuarta parte de la población mundial se concentrará en el continente negro. Eso representa una oportunidad: si piensa en llevar telecomunicaciones a un país como Nigeria, descarte replicar modelos de antaño, como el tendido eléctrico tradicional, y apunte por desarrollar sistemas para llevar 3G, 4G, 5G o incluso algo mejor”.
Para Chou, los emprendedores deben enfocarse en mejorar las máquinas, porque eso ayudaría a mejorar los procesos industriales y eso redundará en un uso más eficiente de los limitados recursos limitados del planeta.
Crónica de mi autoría publicada en EL TIEMPO originalmente en octubre de 2016.