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Así era la tecnología en 1963, cuando asesinaron a Kennedy

Hace cincuenta años se crearon varias tecnologías. Artilugios como el casete compacto, los videojuegos y el café instantáneo se crearon en ese periodo de tiempo. Comenzaban los años sesenta, una década emblemática. El siguiente relato se enfoca en el impacto que tuvieron los desarrollos tecnológicos el día del asesinato de John Fitzgerald Kennedy. La historia es contada a través de cuatro personajes: Abraham Zapruder, Mary Ann Moorman, Michael Richards y Lisa Richards, esposa de este último.

Abraham Zapruder se ubicó en uno de los flancos de Dealy Plaza. Llevaba consigo la cámara modelo 414 PD Bell & Howell Zoomatic. La había adquirido en la tienda Peacock Jewelry Company un año antes. Era una cámara portátil, pequeña, liviana, forrada en cuero. La compró en la calle Elm, a pocos metros de donde ahora se encontraba a la espera de la caravana presidencial. Era una pieza de tecnología notable: permitía acercar y alejar la imagen con presionar un par de botones e incluso incluía una función para grabar en ‘slow motion’ (cámara lenta).

La comitiva se aproximaba por la calle Houston. Las motocicletas Harley Davidson de dos ruedas, que lideraban la caravana, emergieron de entre la multitud para bajar por la calle Elm. Zapruder se paró sobre un pedestal de concreto y apuntó el lente de su filmadora, con película de 8 mm, en dirección este.

A lado y lado de la calle, miles de ciudadanos se aventuraban con sus cámaras, exultantes ante la visita de su donjuán presidencial, de su líder de rebosante juventud, ‘Jack’ Kennedy, el playboy presidente. Algunos exhibían sus Polaroid instantáneas a color, que acaban de asombrar al mercado apenas nueve meses atrás. Mary Ann Moorman traía la Polaroid 80A Highlander, un viejo modelo a blanco y negro. Moorman había pagado no más de 70 dólares por la pieza de tecnología fotográfica, ya descontinuada para 1963.

Otros, de seguro, se preparaban para estrenar sus Kodak Instamatic 100, un modelo que simplificaba la carga de las películas gracias a una nueva tecnología llamada Kodapak. Las Instamatic se convertirían en uno de los mayores éxitos comerciales de la historia de la fotografía. No era obligatorio enrollarlas ni rebobinarlas, solo era necesario introducir el cargador Kodapak en un zócalo y disparar. Eran tiempos en que la simplificación de los procesos constituía una premisa de la industria. Reducir el tamaño de los dispositivos y, por ende, mejorar su portabilidad se empezó a considerar como un atributo diferencial.

Michael Richards acababa de ver pasar la caravana por la calle Houston. Horas atrás había revisado el catálogo de una de las tiendas locales. Se aproximaban los festejos navidadeños. Consideraba adquirir una de aquellas nuevas máquinas de escribir portátiles de Smith-Corona de 100 dólares o una grabadora de carrete Mayfair de 7 pulgadas por 85 dólares. En agosto de ese año, Philips (llamada Norelco en Estados Unidos) había mostrado su casete compacto, con su respectivo reproductor EL 3300 (que funcionaba con baterías), en la feria IFA de Berlín. Richards lo quería, pero aún no iba a llegar a las tiendas locales.

Richards llevaba sendas gafas debido a sus cuatro dioptrías, fabricadas en pasta gruesa. Hace cincuenta noviembres, también se encontraban en boga los anteojos de enormes dimensiones. Se consideraban como algo ‘chic’ y embellecedor. Eran un artículo de moda, un símbolo de buen gusto, de belleza. Los lentes ya se fabricaban con filtros para trabajos con luz fluorescente y protección contra rayos solares.

Aquel 22 de noviembre también era viernes. Kennedy saludaba a la multitud con una amplia sonrisa y un ademán. Iba en su Lincoln presidencial descapotable. El pueblo de Dallas se agolpaba para verlo como si se tratase de niños a la espera de Santa Claus.

El carácter progresista de ‘Jack’ se alineaba con los nacientes tiempos de revolución, de liberación social. Las computadoras empezaban a desarrollarse. Steve Russell había creado el primer o segundo (depende de la fuente) videojuego, llamado Spacewar, menos de 24 meses atrás. El espacio se contemplaba con anhelo y Kennedy había impulsado su conquista. Se respiraba un espíritu de plenitud, el pueblo americano se sentía invencible. Querían marcar la historia y derrotar al comunismo en la carrera al infinito.

Aquel 22 de noviembre ya se hablaba de unas absurdas gafas para ver televisión, aparatosas y llenas de luces, creadas por Hugo Gernsbac; nos permitirían ver nuestros programas favoritos en cualquier lugar, desde una cloaca hasta una estación de tren.

Incluso se empezó a desarrollar la realidad aumentada. La firma Hughes Aircraft Co., de California, se había inventado el Eletrocular, un dispositivo de visualización electro-óptica que permitía a los pilotos ver información del tráfico aéreo y de las condiciones de pista en vivo, a través del lente, al mejor estilo de las Google Glass; a diferencia de estas últimas, el Eletrocular recibía señal de televisión y no de internet.

Aquel 22 de noviembre, Zapruder contuvo la respiración cuando escuchó los disparos, alcanzó a sobresaltarse. Vio la cabeza del presidente volar en pedazos, pero no dejó de grabar. Eran las 12:30 del mediodía. Richards, por su parte, oyó el tiroteo y botó su café instantáneo. Se lanzó de bruces al suelo. El mandatario de 46 años acababa de caer, en el asiento trasero de su limusina, con la cabeza hecha trizas. Mary Ann Moorman presionó el disparador de su ‘vieja’ cámara solo segundos antes de que Kennedy se derrumbara.

Richards corrió hasta su Ford Falcon modelo 60. Ese carro lucía como una caja de cigarrillos azul. No se trataba del automóvil más agraciado, pero funcionaba, llevaba montado un motor de 90 caballos a 4.200 rpm. Le acababa de comprar una radio FM –una de las novedades del mercado- y se dispuso a escuchar las noticias. Sintonizó KLIF Radio. En ese instante se escuchaba la alegre melodía de “Big Boss Man”, de Charlie Rich. A las 12:38 llegó el primer boletín informativo. La voz afectada de Gary Delaune interrumpió la programación musical: “Se reporta que la caravana presidencial recibió tres disparos, cerca de la zona centro de Dallas. KLIF News está verificando el reporte, manténganse sintonizados”.

En su casa de dos pisos ubicada a quince minutos de la plaza Dealy, Lisa Richards terminaba de limpiar su lámpara de lava, una excentricidad que acababa de adquirir en Sears; las gotas de ‘mercurio’ rojo se deslizaban como orugas de luz en su interior. Se preparaba para batir los huevos con su mezcladora General Electric. A su diestra, reposaba un radio Motorola fabricado en vinilo de color negro con entrada AM/FM. No era más grande que una cartera de mujer. La sobresaltó el sonido estridente de la cortina que antecedía el boletín informativo de última hora. También escuchaba KLIF Radio.

Anonadada tras escuchar la noticia, corrió hasta su televisor Zenith de 19 pulgadas, a blanco y negro. Los Zenith eran un poco más baratos que los televisores General Electric y lucían como enormes armarios de color gris o café. La señal era lluviosa. Estaban transmitiendo la telenovela “As The World Turns” por el canal CBS. A las 12:40, se interrumpió el programa para dar el primer boletín informativo: “Los reportes preliminares indican que el presidente Kennedy está seriamente herido”.

Lisa brincó con celeridad a la calle. Quería ir a Dealy Plaza a buscar a su esposo Michael. Se llevó su radio portátil Motorola para seguir al tanto de la ráfaga de trágicas nuevas.

El señor Richards, entre tanto, había terminado en los baños del Texas School Book Depository, tras escuchar el primer informe radial. Su cabeza giraba como un trompo producto de la consternación. Los reporteros se aproximaban a la calle Elm con sus armatostes Graflex y sus micrófonos de variadas formas y colores, algunos delgados y larguiruchos, otros como bocinas desnudas. Iban inquiriendo a los testigos con ánimo agitado. Algunos corrían hasta las tiendas para describir el hecho desde un teléfono. Los flashes se sucedían unos tras otros. El aullido de las sirenas acentuaba el clima pesaroso del momento.

Mary Ann caminaba confusa por los alrededores de la calle Elm. El dueño de una lancha con ruedas Ford Galaxy se parqueó en frente de donde se encontraba y se quedó escuchando la transmisión radial. Los primeros rumores indicaban que el presidente había muerto. Mary Ann pasó un pañuelo por su frente sudorosa. Era un día agradable, pero la zozobra se cernía sobre América.

Minutos después, se escuchó la voz quebrada y se vio la mirada perdida de Walter Cronkite, periodista de CBS Evening News: “El presidente Kennedy murió a la 1:00 pm”.

El hermoso vestido rosa Jackie Kennedy estaba arruinado. El mundo estaba arruinado. Y al día siguiente estrenarían una nueva serie: Doctor Who.

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El autor

Edgar Medina es el fundador de Crónicatech. Ha escrito para medios reconocidos como El Tiempo, revista Donjuán, Portafolio, La República, revista Semana y Canal RCN. Ha trabajado en marketing digital con candidatos presidenciales, entidades del sector público como Icetex y la Alcaldía de Bogotá.

3 comentarios

  1. Excelente crónica.

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  2. Muy buena cronica

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Edgar Medina es el fundador de Crónicatech. Ha escrito para medios reconocidos como El Tiempo, revista Donjuán, Portafolio, La República, revista Semana y Canal RCN. Ha trabajado en marketing digital con candidatos presidenciales, entidades del sector público como Icetex y la Alcaldía de Bogotá.