En este evento, no hubo jugadores de fútbol, mas se exclamaron términos como ‘crack’ o ‘jugada de libro’. No hubo artistas famosos en el escenario, mas se respiraron aires de concierto y Circo del Sol. No hubo boxeadores en un cuadrilátero, mas se especuló con “defensas”, “ataques” y “campeones”. No hubo atletas en una pista, mas se apeló a conceptos como “carril central” y “carril derecho”.
En las afueras del Coliseo El Campín (ahora Movistar Arena) ofrecieron camisetas estampadas de los equipos y hasta desfiló un anciano revendiendo boletas a “precios de locura”, según sus propias palabras. La fachada del recinto se encontraba engalanada por pendones alusivos a grandes guerreros. Y, sin embargo, no había auténticos guerreros (al menos no en el sentido literal de la palabra).
Los gladiadores de esta contienda eran jóvenes provistos de audífonos de diadema y computadores. Son jugadores profesionales de League of Legends, uno de los videojuegos más populares del mundo.
El vetusto Coliseo El Campín, en Bogotá, se estremeció con los desmanes histéricos del público el 4 de octubre de aquel soleado 2014. Las vigas de la estructura capitalina se sacudieron con los ecos de la pasión. En el centro de la tarima reposaba una copa de plata a la espera de un campeón.
Dos comentaristas de sobrenombres excéntricos, Fahrenheit y Skyshock, alentaron los calores de la fanaticada ese día y sus ladridos frenéticos se entremezclaron con el tronar de los bastones inflables. La escena pareció sacada de’ Los juegos del hambre’. Tres analistas con aires de diva intelectual comentaban las jugadas intercalando los ceños fruncidos, con una que otra mirada profunda y ocasionales cejas arqueadas.
La agrupación Survival, en compañía de Niki Taylor, hasta ofreció un concierto de apertura donde tocaron ‘covers’ de la banda sonora. Un lujo.
Los jugadores profesionales lucían como aquellos ajedrecistas cuyo corazón explota mientras su expresión se mantiene impávida; sus rostros se transfiguraban con sutileza, en silencio. Un sudor tenso se deslizaba por sus frentes contraídas. En tres pantallas gigantes se desplegaba una batalla campal y ellos solo tecleaban con frenesí mientras se mordían el labio inferior o zapateaban con ansiedad.
Nos encontrábamos en la Copa Latinoamericana de League of Legends. Sí, Copa, como la Copa Libertadores de América o la Copa Postobón. Y es que el evento, al menos para sus organizadores, se merece esos apelativos porque es grande, es espectacular y es de profesionales.
La Copa Latinoamericana de League of Legends es la máxima expresión de una tendencia relativamente reciente. La consumación del sueño de miles de niños, adolescentes, adultos o hasta ancianos: ganarse la vida poniendo a prueba sus habilidades con los videojuegos. Lo que antes era una quimera, ahora es una realidad gracias al fenómeno de los deportes electrónicos, definido por los especialistas como ‘eSports’.
Quienes se encuentran ajenos a las dinámicas de estos eventos competitivos, podrán creer que carecen de gracia, que a ellos asisten ‘nerds’y que solo se exhibe a obesos inundados de acné y o a asiáticos sin vida, postrados frente a una computadora.
Nada más alejado de la realidad. La infraestructura del evento, la rigurosa logística y la calidad del espectáculo son equiparables a la parafernalia y fastuosidad presentes en una disputa deportiva futbolística, aderezada con unos toques de concierto de rock y una pizca de Circo del Sol.
Tres enormes pantallas mostraban las partidas. Eran narradas por dos famosos personajes del universo ‘gamer’ y cada partida era analizada por tres expertos en League of Legends. Las discusiones gozaban de la jerga propia de la estrategia y técnica del mundo deportivo. A esto se sumaba un público enardecido por momentos, exultante al ver las mejores jugadas. El evento entregó una bolsa de premios de 40.000 dólares. 17.000 fueron para el equipo ganador y 9.000 para el subcampeón.
Se jugaron dos semifinales en aquel 4 de octubre de 2014, así casi 8 años. En una de ellas participaron dos colombianos que forman parte del equipo Tesla Gaming: José Luis Peñaranda, de Palmira, Valle, y Carlos Taype, de Cali. Empezaron a jugar League of Legends hace dos años. Abordaron el título como un pasatiempo, pero desde hace un año lo tomaron como una actividad profesional. Entrenan entre ocho y diez horas diarias. “Es necesario para mantener el nivel. Es un juego complejo. Contamos con analistas y rutinas”, explica Peñaranda.
El grado de complejidad de los deportes electrónicos ha llegado a un punto tal que varias empresas tecnológicas han empezado a patrocinar a los mejores equipos. Son firmas relacionadas con el universo ‘gamer’: Nvidia (de tarjetas gráficas), Thermaltake (especializada en gabinetes, sistemas de refrigeración y overclocking) y Kingston (especialistas en componentes de alto rendimiento)..
El equipo Furious Gaming, de Argentina, ha logrado incluso contar con unas instalaciones especializadas para entrenar. En este recinto, denominado ‘Gaming House’, los jugadores disponen de pizarras para desarrollar estrategias, pantallas para ver y analizar las partidas de los rivales y computadoras de última generación.
Durante la pandemia, los eventos presenciales como aquel se convirtieron en memorables anécdotas de otros tiempos. Pero la final del Solo Q de Red Bull, el pasado 4 de agosto de 2022 muestra que se están dando los pasos correctos para retornar a las exuberancias de otrora, como lo muestran las fotografías de la gala ‘gamer’ celebrada en el Espacio Odeón, un rupestre teatro abandonado en la zona céntrica de Bogotá.
El evento de Solo Q fue ganado por Luminary Mohg y el segundo finalista fue Krosste Chan. Ambos irán a México a representar a Colombia en la final regional.