Hay dos formas de evaluar este primer capítulo de The Last of Us de HBO: como adaptación del juego y como producto independiente. Como lo primero, merece elogios. No se siente como un producto distinto al videojuego. El espíritu de The Last of Us se puede palpar en los planos, la historia, los personajes y la banda sonora de la producción. Incluso los colores manejan un tono y una temperatura muy similar a los usados en el juego.
La primera mitad del capítulo es una obra de arte audiovisual por parte del director Craig Mazin, autor de la aclamada miniserie Chernobyl (2019). Vemos como la vida de Joel (Pedro Pascal) y su hija Sarah (Nico Parker) se convierte en una pesadilla cuando un hongo -esta vez no es un virus- empieza a infectar a los seres humanos. . Las escenas cuando ellos escapan de su casa y buscan refugio son magistrales. El plano desde el interior del auto que usan para recorrer las calles atestadas de infectados es opresiva y asfixiante y es digna de un videojuego narrado en tercera persona.
Con la muerte de Sarah, se marca el clímax de la primera mitad. La historia se retoma 20 años después, en un futuro a imagen y semejanza del retratado en The Walking Dead. Los hombres viven sin dios ni ley, bajo un régimen autoritario y con la muerte respirándoles en la nuca a cada paso. La rudeza de aquella distopía queda retratada en un diálogo entre Joe y Tess en la cocina. Cuando Joel descubre que Tess tiene el rostro lacerado, ella le confiesa que la atacaron unos chicos: “Nacieron después del brote. No saben discutir, van directo a los golpes”.
Los vejámenes de aquel mundo posapocalíptico conllevan a interacciones tensas y de ánimo sutil y violento entre los personajes. Sin embargo, los últimos 40 minutos de este primer capítulo transcurren con conflictos tácitos, implícitos. Las acciones van al ritmo de un caracol, tal vez porque, en esta historia, la calma precede a la tormenta.
Me quedé dormido en la última media hora
Ese andar paquidérmico y mustio del relato también me recuerda a The Walking Dead. Una de las razones por las que no logré terminar esa serie fue su lentitud. Es verdad: ese ritmo usualmente antecedía una escena de inesperado drama, un acontecimiento de vastas proporciones que se convertía, de inmediato, en tendencia de redes sociales.
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Pero ese mismo ritmo me llevó a abandonar la serie y a declararla como un eficiente antídoto contra mis males de sueño.
Los últimos 37 minutos de este primer capítulo fueron un suplicio porque no lograba mantenerme despierto. No solo percibía parsimonia en las acciones concretas de los personajes, sino en su actitud. Nunca sentí que ninguno de ellos expresara energía o interés. Tal vez esa es la intención: mostrar a un conjunto de individuos tan golpeados por la existencia que apenas pueden gritar.
Lo cierto es que, por ese detalle, no me uno al coro de entusiastas de The Last of Us que la proclaman como una obra maestra. Lamento decirlo, pero siento que detrás del furor de ciertos críticos yace más el fanatismo por el juego que una visión objetiva del producto televisivo. Como adaptación es magistral, reitero, pero como serie me parece tediosa, aunque su diseño de producción, su fotografía, sus efectos y su banda sonora merezcan aplausos.
Espero que en los próximos capítulos veamos más del horror, la acción y el suspenso que nos entregó The Last of Us en 2013. Es pronto para decir que The Last of Us es la mejor serie basada en un videojuego, lo tiene difícil para superar la increíble adaptación de League of Legends, Arcane, de Netflix (si no la han visto, se las recomiendo).
Como expresa Kelly Lawler en su crítica de USA Today, “‘No es una serie que rompa moldes, pero está bien hecha, es convincente y atrapante, un ejemplo extraordinario de una historia de zombis hecha de la forma correcta. Puede ser más arriesgada y atrevida, pero ese es el problema cuando estás trabajando con base en una historia conocida con seguidores fieles: jugar con la historia no suele ser recompensado”.
Y esto es cierto: alterar ciertos detalles del relato podría mejorar el producto televisivo, pero le podría valer el odio por parte de los fanáticos.
Apegarse al videojuego le trae problemas de ritmo a este primer capítulo. Las conversaciones transcurren con inusual sosiego para el formato televisivo. Además, por momentos parece que los actores tan solo están recreando las cinemáticas que ya vimos en 2013. Sin duda era más fácil jugar con la historia de un juego como League of Legends porque su estructura no se basa tanto en el ‘storytelling’ como The Last of Us.
¿A ti qué te pareció este primer episodio de The Last of Us?
